CRÍTICA – FITE RD – TEATRO – EL GALLO

Vista por segunda vez —ahora en el marco del Festival de Teatro—, El gallo confirma su cualidad más incisiva: es una obra que no busca absoluciones, sino preguntas. Cuando el teatro decide encarar a un personaje como Joaquín Balaguer, no alcanza con la imitación virtuosa; hay que lidiar con la época que lo sostiene, con sus huellas, con lo que todavía nos salpica. Ahí es donde esta obra se afirma.

La estructura es clara: una cronología que empieza desde el final —el cuerpo frágil, casi cadavérico sobre la cama— y que escribe, escena a escena, la “página en blanco” que el propio Balaguer dejó a conciencia. Esa página se completa con retazos de poesía, discursos, anécdotas, recortes que van y vienen como si el país repasara su álbum en voz alta. La metáfora funciona porque no subraya: está ahí, creciendo a medida que se agotan las coartadas.

El signo central, claro, es el gallo. No solo el emblema partidario; también la idea de dominación, de triunfo por abatimiento, de jerarquía impuesta. En el folklore dominicano, el gallo es fuerza y espectáculo; en la obra, es identidad y advertencia. Sobre ese eje, la puesta teje otros símbolos —las hermanas, las estancias del poder, la palabra escrita— para construir una mirada que no es ni estampita ni ajuste de cuentas, sino un balance incómodo.

Francis Cruz, en El Gallo. Foto Milka Pasco.

Francis Cruz -un veterano de las tablas dominicanas y con destacada participación en el cine – carga con un desafío múltiple: voz, gesto, edad, respiración. Entra y sale del Balaguer nonagenario, del político joven, del niño, y lo hace con una precisión que evita la trampa del monólogo “muestrario”. Hay mimetismo, sí, pero al servicio de la idea: que el personaje sea vehículo, no exhibición. La voz es un hallazgo, un activador de recuerdos; la fisicalidad, sostenida; la resistencia, admirable. Un unipersonal de esta intensidad se mide por su pulso: Cruz lo mantiene – a pesar de la maratónica función-, con inteligencia, con oído.

La escena, por su parte, apuesta por la austeridad bien pensada. Títeres, luz, música y video entran como capas que acompañan, nunca como distracción. Hay contemporaneidad en el recurso, pero sin grandilocuencia: una economía que sirve al tema y que evita el museo de cera. Ese diálogo con Orlando Martínez —mártir de la opinión pública, herida abierta de la democracia dominicana— opera como guía ética: la obra se permite titubear al comienzo, incluso coquetear con el homenaje, para luego encajar el golpe donde duele: el recuento de los daños.

Francis Cruz, en El Gallo. Foto Milka Pasco.

Uno de los méritos del montaje es cómo lo lee a su público. En mi primera función, el público era muy contemporáneo a la época contada, algunos guiños cómicos y lúdicos arrancaron apenas media sonrisa, no carcajadas. En la segunda, uno más joven y variado, el humor respiró distinto y el merengue paradigmático del “Doctor” detonó risas y memoria a la vez. Ese vaivén confirma que El gallo no trabaja sobre la nostalgia sino sobre la experiencia: cada generación completa su propia página en blanco.

Balaguer como fenómeno político —el asistencialismo, la manipulación por conocimiento minucioso de “los botones” del otro, el país reducido al meñique— queda expuesto junto a su contracara: la obra de infraestructura, la visión de futuro, el orden que muchos aún reivindican.

El contexto en el que este personaje se desarrolló: un hombre que gobernó una isla en el caribe tercermundista, semianalfabeta, encandilada por este hombre trajeado, en este clima tan caliente, con un lenguaje enrevesado. Una figura de rostro adusto, casi sacerdotal, distante, que logró conquistar a los más humildes: gente ubicada en el espectro más alejado de él y que lo adoraban con fervor, con fanatismo.

La obra no clausura ese debate; lo encuadra. Y ahí está su valor: nos obliga a sostener las dos imágenes al mismo tiempo, sin atajos.

Recomendable y necesaria, Francis Cruz se ganó con justicia el Soberano 2024 a Mejor Actor Teatral. No por “valiente”, palabra fácil, sino por lúcida: entiende que un mito político se desmonta con símbolos, con ritmo, con memoria, y que la ética en escena se escribe sin estridencias. Un trabajo que demuestra el poder cívico del teatro sin perder rigor escénico.

Reseña realizada en el marco del XII Festival Internacional de Teatro República Dominicana 2025 (FITE RD 2025).

FICHA TÉCNICA

Dramaturgia (autor): Rafael S. Morla.
Dirección escénica / Co-productor: Fausto Rojas.
Idea y producción general / Intérprete: Francis Cruz.
Promotor y gestor comercial / Productor asociado: Tony Gómez.
Escenografía: Tracke Stage (Ángela Bernal).
Iluminación: Leonel del Valle.
Diseño y creación de títeres: Ernesto López.
Maquillaje: Francis de la Cruz.
Vestuario: Caroll Maura.
Creación de máscaras: Warde Brea.
Línea gráfica: Claudia Lizardo.
Video publicitario: Fenelón Films.
Voz comercial: Manuel Herrera. / Fotos: Milka Pasco.

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