CRÍTICA – VITALINA VARELA Y LA INMENSA SOLEDAD

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Desde un angosto pasillo, sobresalen cruces. Por otro lado, avanza silente la procesión de inmigrantes caboverdianos residentes en una favela portuguesa. Vienen de un entierro físico, porque el de su visibilidad social se hizo en vida.

Vitalina Varela arriba a Lisboa casi cuarenta años después de una promesa incumplida por su fenecido, amado y odiado esposo que emigró al país lusitano. El luto ni siquiera lo hará al cuerpo presente. La soledad es inmensa.

El director Pedro Costa articula el tiempo en pacientes planos claroscuros para retratar con total ausencia de pornomiseria la derrota amorosa, moral pero también estoica resiliencia de una mujer nacida como personaje en la anterior puesta en escena del realizador (Cavalo dinheiro, 2014). Desprovista beatífica de ardides argumentales, las tonalidades visuales dignas de Caravaggio aunadas al laberíntico barrio lisboeta de Fontainhas (lugar desde el cual Costa  ha producido lo mejor de su filmografía vindicando dignidades), impulsan lamentos y precisas disquisiciones musitadas por su protagonista.

Superada la veta escatológica, una luz de esperanza-evocativa luz- cega a Vitalina. Presente cooperativo y flashback de tiempos mejores. A los que solo se regresa para resistir.

FICHA TÉCNICA

Dirección y guion: Pedro Costa.

Fotografía: Leonardo Simões.

Reparto: Vitalina Varela, Ventura, Manuel Tavares Almeida, Francisco Brito, Imídio Monteiro, Marina Alves Domingues.

País: Portugal. 2019.

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