CRÍTICA – JUAN GABRIEL: DEBO, PUEDO Y QUIERO

Juan Gabriel es más que un cantante, más que una figura destacada del entretenimiento y la música latinoamericana. Entiendo que ya sobrepasó el nivel de leyenda o ícono: se volvió un sentimiento.

En esta miniserie documental, Juan Gabriel: debo, puedo y quiero, dirigida por María José Cuevas (Bellas de noche, 2016; La dama del silencio, 2023), conocemos a Juan Gabriel desde sus archivos: un homenaje desde su biblioteca personal. Desconocía su vocación cinematográfica y su pasión por la fotografía.

Cada episodio con nombre de canción: No tengo dinero —El inicio y su primer gran éxito nacional—; Debo hacerlo —la lucha por conseguir Bellas Artes—; Pero qué necesidad —ese regreso tras una pausa para retomar control creativo—; y, finalmente, la despedida con Amor eterno, esa canción que a todos nos toca porque habla de la pérdida de lo más grande: las madres.

Hay dos distinciones que el documental marca bien: Juan Gabriel, el del escenario, el músico, el artista; y Alberto Aguilera, el hombre. Toda la vida se le ha atribuido una infancia muy difícil: hijo de madre soltera que trabajaba en casas de familia y sacrificó todo para darle lo que necesitaba. También está todo ese trajinar por reencontrarse con su madre después de que lo pusieran en un internado; su paso por la cárcel muy joven; y luego esa gran oportunidad para empezar a cantar. Ahí aparece la bifurcación: Alberto Aguilera que se convierte en Adán Luna (ese nombre no lo conocía; fue refrescante descubrirlo). Abre el Noa Noa y a partir de ahí nace el personaje: Juan Gabriel, Juan por su mentor del internado y Gabriel por el padre con el que nunca convivió.

En estos tiempos ser “diferente” parece la regla. Pero en una sociedad tan marcadamente machista, tan tradicional, con una cultura arraigada —su música, su cine, sus divas, sus íconos; sus Jorge Negrete, su Vicente Fernández, su María Félix y Televisa—, aparece esta rareza pueblerina, evidentemente afeminada e increíblemente talentoso. Nunca tuvo que explicarse. Nunca le importó. Siempre estuvo muy seguro de lo que quería y de su música: músico empírico, con un talento inmenso para contar historias: “Escribo muy sencillo, no utilizo palabras rebuscadas porque no me las sé”, y en una, añade: “ustedes son muchos…, Yo soy Juan Gabriel”.

Hay varios picos históricos importantes en el documental. Sobre todo, el inicio —cómo surge este personaje— y su ascenso astronómico hasta llegar a ese concierto paradigmático en Bellas Artes por su aniversario. Todo lo que pasó alrededor para lograr la fecha: que lo aceptaran, los ensayos, conseguir un director de orquesta y demostrarle a la gente que el arte no es alto, ni bajo, ni medio. No se aprecia más ni menos por el lugar. El arte es pasión, contar historias, pero, sobre todo: conectar. Creo que lo hace maravillosamente. Y, sin pretenderlo —o quizás con toda la intención—, estaba registrando un momento que iba a pasar a la historia. Las anécdotas que se cuentan también suman.

La directora María José Cuevas, conocida por sus retratos íntimos y sin concesiones, aborda la figura de Juan Gabriel a través de un caleidoscopio de archivos personales. Al privilegiar su biblioteca y material inédito, el documental ofrece una mirada metatextual a su vocación cinematográfica y pasión por la fotografía, revelando a un Alberto Aguilera que era, además de músico, un archivista consciente de su propio legado.

En La dama del silencio (2023), Cuevas ya afinaba ese pulso: a partir de fachadas y objetos domésticos iba trazando identidades, describiendo a las personas a través de esa cotidianidad. En Juan Gabriel: debo, puedo y quiero sostiene la apuesta: lo vemos, en videos y fotografías, hablar de sus casas, de su ropa, de su gente y de su música—del propio proceso de crearla. Con el montaje de montaje (edición) de Paula Jiménez y Valentina Santillán. El archivo deja de ser inventario para volverse biografía: las cosas y los espacios actúan como testigos, y Juan Gabriel aparece a la vez como personaje y como autor de su propia puesta en escena.

Me pareció fantástica su decisión de prescindir de los sujetos entrevistados recurrentes del documental clásico. Es una apuesta que marca el enfoque: Juan Gabriel en sus propios términos. Las entrevistas son acercamientos “desde afuera” para complementar imágenes y momentos, y funciona maravillosamente.

Verlo con sus amigos, su cercanía con las divas de México, tan distendido, y esa conexión con su público… esa capacidad anormal de cantar por tantas horas y entregarse tanto, la construcción de una familia por elección y cómo deja fuera las controversias o las asunciones. Su lema siempre fue: “Lo que está a la vista no necesita explicaciones”. Ante el importunio del maldecir y del malhacer, está la autenticidad.

Al final, la obra reafirma que nuestros artistas merecen trabajos contados desde sus propios registros. Juan Gabriel, consciente de la importancia de grabarse para llenar su ausencia física, nos dejó un acervo valiosísimo. Este documental es un regalo necesario que conecta la memoria emotiva de generaciones a través de su música, eterna e inolvidable.

FICHA TÉCNICA

• Dirección: María José Cuevas.
• Productoras (créditos personales): Laura Woldenberg, Ivonne Gutiérrez.
• País: México.
• Año de estreno: 2025. Lanzamiento en Netflix: 30 de octubre de 2025.  
• Plataforma: Netflix.  
• Montaje: Paula Jiménez y Valentina Santillán.