La película de mi vida – De La historia sin fin al descubrimiento de la Cinemateca

Cuando se trata de pasiones, lo más difícil del mundo es elegir. Las pasiones están para consumirte. La consigna ha sido escribir sobre la película de nuestras vidas, algo así como esa que pudiéramos decir es definitoria en tu transitar cinéfilo. Qué difícil. No creo que pueda elegir una, porque me quedaría corta o dejaría fuera etapas importantes, aquellas que siempre me llegan a la mente cuando alguien me pone en el aprieto de contestar: ¿Cuál es tu favorita?, o ¿Cuándo decidiste que te gustaba el cine?

En la vida, todo evoluciona, hay etapas que uno va agotando y, asimismo, vamos encontrando nuestro lugar en una tribu de elección. Ley de vida. En el caso del cine, todo niño debe de pasar su fase Disney, es lo que es, forma parte del proceso. El pequeño ratón de la mano de su creador han definido la infancia del mundo con sus cuentos fantásticos, princesas en apuros o reinos galácticos. En mi caso no era mucho de princesas, a mí la que me gustaba era Alicia en el País de las Maravillas, por aquello del ¡Feliz No Cumpleaños! como me tocó nacer en un día bisiesto. Digo esto, porque cuando pequeño no suele ponérsele mucha atención a lo que se cuenta y todo transita por el mismo camino y llegan, pues, luego de superar un conflicto mínimo, a un final feliz. Es en esa etapa, cuando viene mi primer evento definitorio, a lo Juan Gabriel, hasta que conocí La historia sin fin.

Recuerdo vívidamente el día, con algunos diez o doce años, en el que mi tía me trajo de Nueva York, un bulto lleno de VHS con una amplia selección que iban desde Barney hasta Loca Academia de Policía, así son las tías de nuebayol (1), expresan su amor con maletas llenas de especiales. Allá, en esa lejana época en la que teníamos una televisión y un VHS para toda la familia, había que decidir qué poner y entre la gran variedad a escoger me encontré con ese cover extrañísimo de un dragón volador y un muchacho que lo montaba. Esa es. Fue ahí que nos embarcamos en la aventura de Atreyu y su lucha por salvar el reino de la fantasía. Monstruos, galaxias, esfinges, libros mágicos y una biblioteca de muerte lenta, fueron para mí una experiencia inolvidable.

Por semanas, en mi casa no se vería otra cosa, mi mamá todavía dice que lo del “sin fin” fue por nosotros. Es que eso de que está en juego algo tan grande como la fantasía, aquello que nos permite soñar, extraernos de una realidad espantosa y volar hacia ese mundo creado solo con la imaginación, merece ser protegido a toda costa. En sí misma, la película tiene un mensaje universal, el camino que se recorre en la vida no será fácil, estará lleno de obstáculos pero siempre debemos luchar y mantenernos fieles a nosotros mismos. *Inserte aquí coro del Desiderata*. Al sol de hoy es uno de mis principios fundamentales, y pese a que La historia sin fin ha envejecido y sus efectos en la actualidad son risibles, sigue siendo para mí el paradigma de la lucha del bien sobre el mal y me emociona igual vociferar Atreyu!!!!!!!!! Falkor!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!. Ese fue el primer regalo que me dio el cine.

Mucho tiempo después, en una Semana Santa, temporada en la que solo ponían en la televisión temática bíblica, luego de agotar el periplo reglamentario de Los Diez Mandamientos, Ben Hur,La vida de los santos, las mexicanas sobre la Virgen de Guadalupe y San Martin de Porres, una noche me topé en el telecable con La última tentación de Cristo. Lo que llamó mi atención fue el Jesucristo más feo que yo había visto en mi vida, eso de por sí le dio un aire diferente a la cuestión, quien diría que mucho tiempo después William Dafoe y yo nos llevaríamos tan bien. Seguimos, pues, yo, me dispongo a ver esta versión que no conocía y llega la escena que me marcarÍa para siempre. Jesucristo yendo donde María Magdalena que estaba “trabajando” y la espera el día completo para hablar con ella. Me explotó la cabeza, este filme tiene un acercamiento más humano de la figura de Jesucristo, más frágil, con más contrastes. Esta controversial versión me hizo cuestionarme todo lo que había visto anteriormente. Nunca olvidaré cuando le conté a mi mamá de esa escena, y sus implicaciones, completamente humanas. Ella no lo entendía, cómo iba hacerlo si solo conoce un lado de la leyenda, la de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” y “le lavó los pies”. Por suerte, ninguna chancleta emprendió el vuelo durante mi relato (2),. Fue la primera vez que escribí el nombre de un director: Martin Scorsese.

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En un pasado más reciente, encontrándome en pleno uso de mis derechos civiles y políticos y pagando impuestos, una tarde de paseo descubro la Cinemateca Dominicana y esto ya de por sí es el momento definitorio de mi vida como aspirante a cinéfila. La primera película que vi fue Casablanca, un cliché, lo sé; la segunda, El Gatopardo y, la tercera, In The Mood for Love. De las tres podría decir muchas cosas, pero con ellas adquirí el gusto por los amores imposibles, de gente que se quiere mucho pero que eso no implica que necesariamente deban estar juntos, siempre Pimpinela, y especialmente, lograr una manera distinta de decir algo que se ha contado infinitas veces y, que en el cine, no todos los finales son felices. Estas características son las que priman en las que llegan a ser mis favoritas.

Conocer la Cinemateca fue para mí un antes y un después. Descubrir este lugar, conocer gente que solo tiene en común el gusto de ver cine, es decididamente transcendental y que al día de hoy compartimos esta pasión sin límites, que las que nos unen y nos separan, sean las mismas películas. Mi acercamiento al cine tiene mucho que ver con estos instantes, que paradójicamente no ocurren dentro de la sala oscura, porque con las buenas historias, lo mejor ocurre cuando se acaba, con una buena conversación, escuchando todas las lecturas. Así son todas las películas que habitan en mi vida.

(1) Nueva York leído en dominicano.

(2) Dícese de todo acto correctivo realizado por madres latinoamericanas, en la que al producirse una falta por el hijo, es lanzado un objeto – casi siempre el zapato que calza- a alta velocidad que logra – increíblemente – perseguir su objetivo, sin importar curvas u obstáculos.

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