VITRINA ROTA, LOGO-BISTURÍ: DEVO Y LA COREOGRAFÍA DEL ABSURDO

Hay documentales que desempolvan un archivo para instalarlo, obediente, en una vitrina. Y hay otros que, con la sonrisa ladeada, dejan el vidrio hecho trizas y te invitan a pasar descalzo. DEVO, de Chris Smith, elige esto último: usa el pop como máscara de carnaval para morder sin pedir permiso. Lo que parece memorabilia se vuelve trinchera; lo que suena a nostalgia se incendia en presente.

Contexto mínimo para entrar con el pie justo. Dirige Chris Smith (sí, el de American Movie, Wham!, Fyre). La película se estrenó en Sundance 2024 y llegó a Netflix el 19 de agosto de 2025; dura 94 minutos. El corazón testimonial lo ponen Mark Mothersbaugh, Gerald “Jerry” Casale y Bob Mothersbaugh —entrevistas nuevas—, mientras que Bob Casale y Alan Myers aparecen en material de archivo. El relato convoca, además, cameos/archivos de devotos célebres como David Bowie, Iggy Pop y Neil Young (no esperes “nuevas” entrevistas con los que ya no están: su presencia es de hemeroteca y memoria audiovisual).

El origen que cuenta la película —Kent State, 1970— no es una nota al pie: es la patada inaugural. Ahí nace la palabra de-evolución, una sátira que aprende a hablar el idioma de la fábrica, de la TV, del anuncio luminoso, para devolverlo como broma cruel. DEVO hace música como quien manipula un artefacto: el casco cónico, el mono industrial, la coreografía del absurdo. Performar la alienación hasta que el sistema se vea a sí mismo. Ahí está su gracia y su peligro.

Smith entiende que el archivo no es souvenir: sabe montar. Imágenes que vibran, entrevistas que respiran, silencios que emplazan. El gesto es claro: reubicar a la banda fuera del corral “curioso-MTV” y devolverla a su condición de proyecto conceptual y político. No porque lo declaren los protagonistas —que también—, sino porque el propio material lo demuestra: apropiación y sabotaje del lenguaje publicitario, humor como cuchillo, videoclip como laboratorio. La risa no alivia: hiere.

La película late en su contradicción: banda conceptual que negocia con majors, sátira feroz colgada en la vitrina del mercado. Éxito breve, resaca larga. Smith no la resuelve —y hace bien—: la bordea, la encuadra, la deja zumbando en el oído. ¿Cómo sostener un programa de demolición dentro de la arquitectura que se pretende demoler? La respuesta no llega como moraleja; se insinúa en el ritmo, en los cortes, en la forma misma del relato. La forma piensa. Y ese pensamiento es más incisivo que cualquier tesis enunciada.

Integrantes del grupo DEVO, fuente: Google.

Hay un pulso que me importa: la lentitud como memoria. El documental avanza con un brío eléctrico, sí, pero se permite acelerar y desacelerar para que el archivo respire. Cuando la imagen toma aire, el pasado deja de ser postal y adquiere textura. El tiempo deviene argumento: no hay épica si no hay duración, no hay mirada si no hay espacio para que el plano se asiente y la idea asome. Smith lo sabe; su ligereza no es superficialidad, es economía.

No todo es luz. El recorte temporal deja el “después” apenas sugerido. Se extraña el desgaste, la mutación tardía, la rugosidad de una banda envejeciendo con su propio chiste a cuestas. Pero también es cierto que ese hueco interpela: obliga a pensar la maquinaria de novedad que devora y escupe, el algoritmo que administra memoria, los rituales de “rescate” que vuelven mercancía la irreverencia. Quizá por eso el film funciona tan bien en su ahora: no lo exhibe como museo, lo activa.

Veo en tres imágenes el nervio de esta propuesta:

1) El casco cónico: logo que ya no vende, sino que desarma. Si la mercancía es un signo, Devo lo vuelve sátira.

2) “Satisfaction” como disección: no hay homenaje; hay autopsia. El estándar queda irreconocible y, a la vez, más verdadero.

3) El set televisivo: trozo de fábrica mediática convertido en teatro de la incomodidad. Entrevista que se sabe espectáculo y se deja estropear.

Desde el Caribe —donde bailar sobre escombros es, a veces, la única coreografía posible—, esta película enseña. La máscara no es fuga: es táctica. El humor no es alivio: es sobrevivencia. La apropiación del signo enemigo —ese jingle que se tuerce hasta volver consigna— es una práctica que conocemos: entrar por la puerta grande para sabotear la casa por dentro. En ese espejo, DEVO no es una rareza exótica; es un pariente incómodo que nos recuerda que el mercado puede usarse como megáfono confiscado.

La fuerza del documental no está en decir “DEVO fue importante”, sino en probar que su método sigue operando. La insistencia en el archivo —bien elegido, bien editado— muestra cómo la banda convirtió la cultura de masas en un campo de batalla. La película no pide devoción; pide lectura. Y ahí está su modestia y su coraje: deja que el espectador amueble la hipótesis con su propia memoria de pantallas, anuncios, playlists, logos. No hay pureza posible —y menos mal—. La máscara compra tiempo. La sátira abre grietas. El archivo enseña a leer. Lo demás —el fetiche, el museo, la fila— puede esperar afuera.

FICHA TÉCNICA

Director: Chris Smith.

Productores principales: Anita Greenspan, Chris Holmes, Danny Gabai.

Países de producción: Estados Unidos / Reino Unido.

Estreno en plataforma: Netflix, 19 de agosto de 2025.

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