David Lynch plasmó nuestras pesadillas en la pantalla como nadie: la dualidad, el monstruo que además nos constituye, fábulas rasgadas donde el deseo es objeto perenne, y el sujeto, ese demonio innombrable; su irrefrenable pulsión por la “vida normal” como obscuro teatro; en tiempos más sobrios, supo reinventar el noir con joyas como “Blue Velvet”; o su vuelta de tuerca al drama en “Straight Story”, donde vemos todo el componente fantástico de sus obras, velada esta vez en austeridad y sobriedad narrativa; David es, quizás, el último surrealista auténtico (en el sentido más seminal del movimiento) que sobrepasó el siglo 21.
Anunció con paciencia tibetana que padecía un enfisema pulmonar por su amplio período tan placentero como fumador. Su temple me recuerda a un parafraseo lacaniano: “Cuando entiendes que la única certeza es la muerte, solo entonces, tu vida cobra sentido”. Vivió como quiso. Hizo el cine vital que la resistencia artística estadounidense necesitaba. Un gigante.
Foto de Victor Dyoming.
Conductor Infiltrados Radio, Top Latina 101.7 y el canal La Quinta Pata.
Columnista del periódico eldia.com.do.
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La Quinta Pata / CinependienteRD